Hoy también llegamos a los 40 grados

Esta mañana comentaban entre dos de mis vecinos, hoy también llegamos a los 40 grados. Eran las nueve y media y ya había 30 grados y nosotros después de los buenos días correspondientes nos convertimos en metereólogos experimentados. Entonces mi mente asoció una máxima incuestionable Verano en Málaga es calor. Los últimos días del mes de julio y los primeros de agosto acumulan días de calor intenso. El terral calienta el aire hasta que hace que el ambiente sea irrespirable, arrasando lo que encuentra a su paso. Peor lo tienen otros que en el interior carecen de mar y que temen que en los informativos hablen de levante en Málaga, nuestra brisa veraniega fresca que para ellos se transforma en un tórrido río de aire caliente. Recuerdo lo que en mi infancia eran las playas los días del terral calor: el llegar a la playa antes de las nueve de la mañana e irnos a casa antes que se consolidara el tapizado de sombrillas y toallas que no dejaban arena sin propiedad. Recuerdo aquel agua fría y cristalina que dejaba el terral de la noche, frías como las del sardinero en Santánder, purificadoras con dolor de huesos. Sin dudas, las playas son de los niños, con castillo o sin castillo de arena, con labios morados y dedos arrugados por el agua. La necesidad de un sueño reparador en el coche de vuelta a casa tras un día de idas y venidas, de carreras sobre arenas calientes, con manguitos y moldes de tortugas y cubo. Revolcones en la orilla de olas traidoras contra las que se establece una lucha que merece la pena librar, una atracción inevitable como la embestida de Don Quijote a los gigantes molinos de viento. Lo que menos importa es el vencedor, esa guerra está ganada antes de librarla, al día siguiente o cien años después otro ejército de niños lucharán día a día del verano malagueño. Hoy son mis sobrinos los que arremeten contra las mismas olas con las que luchamos mis primos y yo en una batalla, la mejor de todas, la de las risas y la diversión.

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