Una calle para Franco


Una calle para Franco


He visitado Olías menos de lo que quisiera. Me fascina la situación privilegiada de la barriada, el entramado de sus calles y ese peculiar carácter de un lugar tan cercano a la ciudad y que ha podido conservar sus señas de identidad. Olías representa al igual que los montes y otros diseminados y barriadas periféricas un ambiente familiar casi endogámico, donde los valores de la cohesión social priman sobre el resto.

Podría pensarse que quizás sea la carretera y su difícil acceso el que haya propiciado que sus principales calles soporten aún los nombres de los artífices de la sublevación militar del 18 de julio de 1936, y la posterior dictadura franquista, lo mismo que ocurre en muchos pueblos en la Castilla profunda.

Lo cierto es que en las zonas más densamente pobladas de la ciudad de Málaga, como Carretera de Cádiz, Bailén-Miraflores o Cruz del Humilladero, en las que viven más de la mitad de los malagueños, permanecen calles, placas, esculturas dedicadas a personajes que más que un ingrato recuerdo para la historia de España, representan unos valores radicalmente distintos a los de una sociedad democrática y libre, contra la que lucharon y se levantaron en armas.

Más de la mitad de los malagueños conviven a diario con simbología política de una dictadura impuesta a través de la sangre de una guerra civil y la represión de casi cuarenta años.

Las intenciones del régimen de Franco estaban dirigidas a legitimar el nuevo régimen dictatorial emanado de las armas y no de la participación y elección libre de los ciudadanos.

El régimen planificó glorificar a los artífices del levantamiento militar, posteriormente pasaron a buscar personajes que pudieran simbolizar los valores de la nueva España. Tampoco fueron inocentes los emplazamientos elegidos para honrar los valores de la dictadura, ni la manipulación de la historia o la literatura que en aquellos años se enseñaban en los colegios.

No hay lugar al revanchismo pero como demócratas no podemos permitir que las generaciones de nuevos malagueños crezcan rodeadas de simbología y valores de una dictadura.

Los lugares de memoria de la dictadura deben dejar paso a los de la España en democracia. Los dirigentes del PP no deben sentirse herederos del régimen de Franco porque la mayoría de sus votantes no lo son. La derecha malagueña debería buscar sus raíces, o, incluso vincular sus orígenes a conservadores de principios del siglo XX, a liberales, a monárquicos, a la derecha republicana pero nunca a personajes que no creían en la libertad, ni en la igualdad, ni en la justicia.

En Málaga no dejó de lucir el sol cuando con los años el corazón de la ciudad dejó de ser plaza de José Antonio para llamarse plaza de la Constitución, ni cuando se levantaron los monolitos en el cementerio de San Rafael a las víctimas de la dictadura, ni cuando se erigió un monumento a Blas Infante. 

 En los más de treinta años de España constitucional hemos avanzado mucho en convivencia ciudadana. Valores como la solidaridad o la tolerancia se imponen en una Málaga moderna y cosmopolita.

 La Ley de la Memoria Histórica espera que, algún día, los representantes de los ciudadanos en su Ayuntamiento democrático quieran aplicarla en beneficio de la  de la libertad, la igualdad, y la justicia.

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